miércoles, 10 de diciembre de 2008

CARRRERA ARMAMENTÍSTICA



Al terminar la Segunda Guerra Mundial, las dos potencias vencedoras disponían de una enorme variedad de armas, muchas de ellas desarrolladas durante el conflicto. Tanques, aviones, submarinos y otros navíos de guerra constituían las llamadas armas convencionales. No obstante, la desigualdad resultaba patente, o por lo menos eso les parecía a los estadistas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la URSS contaba con el mismo número de carros de combate que el resto de las naciones juntas, y superaba en aviones al conjunto de todas las demás fuerzas aéreas. Después del conflicto, la diferencia numérica no era tan abrumadora, pero aún resultaba ostentosa. Sin embargo, su flota no podía competir en condiciones de igualdad con la de Estados Unidos. Tras la Batalla de Midway quedó demostrada la importancia del avión y el portaaviones en los conflictos marítimos. La armada soviética disponía de muchos menos barcos de este tipo que la estadounidense, y además, sus naves eran de menor tamaño, y no disponían de cubierta corrida para operar dos aeronaves simultáneamente, por lo que su inferioridad resultaba manifiesta
Para la URSS, más problemático aún que la falta de portaaviones era la falta de una red mundial de bases de aprovisionamiento abiertas durante todo el año. Mientras que Estados Unidos podía atracar sus buques en Nápoles, Rota, Hawai, Filipinas y muchos otros puertos
más, la Unión Soviética no podía sacar sus barcos de puertos propios durante varios meses al año, pues sus puertos o estaban helados o podían ser fácilmente bloqueados por los aliados. Era el caso de la flota del Mar Negro, que debía atravesar los 800 metros del estrecho del Bósforo, que Turquía podía bloquear fácilmente.
En la aviación convencional, tanto en número como en calidad, los cazas y bombarderos soviéticos no solo estaban a la altura, sino por encima de los occidentales. Pese a que el Pentágono siempre afirmaba poseer aparatos superiores a los de cualquier otro país, los enfrentamientos vividos durante la Guerra de Vietnam, y posteriormente en la Guerra de la Frontera demostraron la igualdad, cuando no la superioridad, de los aviones soviéticos.
Pero eran las denominadas armas no convencionales las que llamaban poderosamente la atención: más poderosas, eficientes, difíciles de fabricar, y extremamente caras. La principal de estas armas era la bomba atómica. Al principio de la Guerra fría solo EEUU disponía de estas armas, lo que aumentaba significativamente su poder bélico. La Unión Soviética inició su propio programa de investigaciones para producir también tales bombas, algo que consiguió en cuatro años; relativo poco tiempo, ayudándose de espionaje. En un principio Estados Unidos centró sus investigaciones en perfeccionar el vector que transportara las bombas (misil o bombardero estratégico); pero fue cuando se supo que Moscú había detonado su primera bomba nuclear de fisión cuando se dio luz verde al proyecto para fabricar la bomba de hidrógeno, arma que no tiene límite de potencia conocido. Esto se logró en 1952, y la URSS la obtuvo al año siguiente. Pese a que la carrera iba muy pareja en el plano cualitativo no era lo mismo en el cuantitativo: contradiciendo a la preocupación occidental de aquella época, el ciudadano estadounidense y miembro del Instituo Thomas Watson, Sergéi Jrushchov afirma que en tiempo de la Crisis de los misiles de Cuba el poder nuclear estadounidense superaba al oriental en 10 veces o más
Esta carrera armamentística fue promovida por el llamado Equilibro de Terror, según el cual, la potencia que se colocase al frente en la producción de armas provocaría un desequilibrio en el escenario internacional: si una de ellas tuviera mayor número de armas, sería capaz de destruir a la otra. No obstante, ya en el siglo XXI fuentes como The Times consideran que el esfuerzo soviético no se encaminó a superar al otro adversario, sino a alcanzarlo para, seguidamente, obligarlo a poner en práctica una estrategia defensiva no ofensiva (arrebatarle cuantos aliados pudiese conseguir). De esta misma opinión es Sergéi Jrushchov, quien afirma que la carrera estaba sólo en la mente de los occidentales, porque para los soviéticos se trataba de ir incrementando su arsenal y perfeccionando sus vectores (misiles, bombarderos y submarinos) según sus posibilidades, porque no podía igualar o superar a occidente. Esta desproporción parecen confirmarla hechos como que los misiles intercontinentales (ICBM) sólo comenzaron a estar a la altura de los estadounidenses, en lo que a operatividad y fiabilidad se refiere, hacia finales de los setenta. Tampoco los submarinos nucleares parecían poder medirse con los occidentales, como prueba la gran cantidad de accidentes que padecieron

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